¿Alguien sería capaz de imaginar a la RANA GUSTAVO, cual serial-killer, asesinando cruelmente a una patata, en mitad de una playa desierta y rodeados de rayos y centellas?
¡¡¡Imposible!!!
Precisamente porque la brillantez de ese personaje es haberle dado la vuelta por completo a la imagen de un batracio, presentándonos a un ser delicioso, cariñoso, respetuoso con el resto, interesado en la información, no para tener el poder sobre los demás sino como fuente de conocimiento… De ahí que sea el reportero más dicharachero de BARRIO SÉSAMO y uno de sus personajes más emblemáticos.
Sin embargo, cuando hablamos de sapos, y más dentro del mundo empresarial, nos estamos refiriendo a esos tipos y tipas que si serían capaz de matar, y no precisamente a una patata, para adueñarse de un negocio y, si no lo lograsen, posiblemente lo destrozarían (¡¡¡Si no es para ellos o ellas, no es para nadie¡¡¡).
¿Y cuáles serían las razones de semejante destrozo?
Vayamos primero a analizar al SAPO COMÚN porque gracias a sus principales rasgos existenciales podemos llegar fácilmente a identificar características que le son comunes a los sapos-humanos (¡¡¡Qué sabia es la naturaleza¡¡¡):
- Caminan, más que saltan. Incluso podría dar la sensación de que se arrastran o hacen el mínimo esfuerzo para avanzar.
- Son torpes.
- Se esconden a la luz del día y salen a la noche, protegiéndose con la oscuridad.
- Su piel está cubierta por glándulas granulares poco atractivas, produciendo un cierto asco.
- Suelen aumentar de tamaño para ahuyentar a los que consideran sus “enemigos”, y así se hinchan para dar más miedo.
- Su sistema de defensas es muy ligero, y una de las pocas maneras que conocen de protegerse es por medio de un veneno (BUFOTOXINA) que segregan como antibiótico (para prevenir enfermedades propias) y como antiséptico (para destruir gérmenes que les pueden atacar).
- Curiosamente viven mejor en cautiverio (35 años) que en estado salvaje (10 años), y suelen hacerlo en zonas encharcadas.
- En contraposición, son buenos aliados de los jardineros y suelen “comerse” a esos pequeños animalitos que pueden molestar en el jardín, es decir, actúan como si fuesen un insecticida.
Ahora ya podemos analizar el SAPO INTERNO DE LA EMPRESA:

Por lo general son ese tipo de compañeros y compañeras a las que le aplica perfectamente el dicho de “con amigos así, no hacen falta enemigos”.
Puede parecer que están hibernando cuando brilla el sol o, lo que es lo mismo, son de los que “no dan palo al agua” en la jornada de trabajo, aunque, eso sí, aprovechan cualquier momento con un poco de lucidez para, desde el lado más sucio y oscuro, con nocturnidad y alevosía, contar, lo que haga falta, y lo que no haga falta, sobre los demás, llevando y trayendo chismes sin justificación o contando historias a su favor, y en contra del resto.
Son muy básicos y de los que “sin querer” se les escapan comentarios del tipo de “Pues, alguien ha dicho que el enlace sindical llega todos los días dos horas tarde” o “Lo mismo habría que monitorizar el ordenador de Pepita porque parece que hace la compra en horas de trabajo” o “¿Alguien ha repasado estos sumatorios? Porque a mí me salen otras cifras” o… y así hasta el infinito, y más allá.
A pesar de su torpeza, ya han conseguido lo buscado: crear mal ambiente y tensión.
Como el sapo animal, siempre preferirá estar bajo los barrotes de una oficina, y con órdenes de cualquiera, a tener que enfrentarse a una vida donde tenga que luchar en el exterior ganándose un hueco, porque sabe que en ese caso su supervivencia será más corta.
La inteligencia no es su principal don, y se les descubre fácilmente.
Otra cosa es que las jerarquías, eso que se da en llamar “los jefes y jefas” lo protejan para cubrir el porcentaje de bulos con los que cierto tipo de empresarios mantienen a raya a su personal.
La lealtad tampoco es uno de sus fuertes, y hoy pueden votar para que seas el “empleado del año” y mañana inventar la categoría del “candidato al paro de la semana” para que también te lo otorguen.
También los acompaña la falta de criterio, porque no es que tengan una estrategia, se trata simplemente de hacer mal por hacer mal, eso que se conoce como “mala baba“.
En esta misma categoría estarían quienes se sienten grandes hinchándose de razones, generalmente falsas.
El ejemplo más evidente:
Esos mentirosos que abusan de los que tienen menor tamaño en la escala laboral, a los que tratan con desprecio.
Se les descubre fácilmente porque ignoran o ningunean al personal de la limpieza, de servicios, o con segundas categorías, tan necesarios como los de primera pero que, para ellos, ni existen.
Cargan y disparan contra los demás, provocan desastres y locuras.
Quienes los sufren, recordad esta maravillosa CANCIÓN que, entre otras maravillas dice “En medio de esta noche tan larga, volveré a empezar”.
Si, si, da igual que se hable de relaciones amorosas o de una empresa.
Estos sapos siempre tienen la misma base y, al fin y al cabo, tener una empresa es como tener noviazgos o casarse con quien trabajas. Si no hay amor sincero, al final aquello se contaminará.
Los sapos contaminan cualquier buena estructura de negocios y funcionan como esas parejas tóxicas que ni viven ni dejan vivir, con la malsana intención de hacer saltar el equilibrio por los aires y provocar situaciones de estrés más allá de lo aceptable, creyéndose con el derecho a que se les tiene que dar todo o si no, como si fuesen bebes caprichosos, lo tiran por el suelo, cargando contra quien sea o creando huecos en la realidad para provocar dudas sobre los demás.
Y hablamos de sapos, no porque sean sólo masculinos. Podríamos hablar de “hembras de sapo”, que es lo que recomienda la RAE, pero lo vamos a dejar en un término unisex, porque hasta les molesta hablar de lo inclusivo.
Generalmente vienen de otras charcas empresariales similares, aunque sus faltas siempre se deben a “otras y otros” porque, cual quejumbroso CALIMERO, nunca les entendieron.
De hecho, existe lo que se conoce como EL SÍNDROME SAPO y que engloba las cuatro “habilidades” que destruyen el clima laboral:
- Soberbia.
- Arrogancia.
- Prepotencia.
- Obstinación.
El Síndrome Sapo lo reconocemos fácilmente en esos ejecutivos que difícilmente cambian de opinión y sólo dan por válido lo suyo.
Curiosamente, en la práctica tienen poca capacidad resolutiva y esperan, ante problemas o inconvenientes, que se los resuelvan otras personas, aunque con el tiempo se olvidan y dan como suyas esas soluciones.
El trabajo en equipo lo entienden como subordinación al servicio de su opinión y, generalmente, no aceptan la crítica, y si lo hacen será para sacar el ogro que llevan en su corazón.
Igualmente, utilizan la queja de forma profesional, y aun siendo responsables de su propia gestión, siempre la achacan a cualquier error a cualquiera que esté cerca, aunque sea suyo (eso jamás lo reconocerán).
Si tienen que exponerse públicamente, serán los generadores de cualquier mérito (exagerándolo hasta la enésima potencia, claro está) y las víctimas de cualquier cosa que no hayan sabido resolver, cuando en realidad son verdugos en lo que desde el punto de vista médico, y en el mejor de los casos, se conoce como EL PESO DE LA HERIDA ABIERTA, por cicatrices que no se han curado, debido al abandono o el abuso sufrido por estos personajes en otro tiempo, y que generan, ante su impotencia esos sentimientos y formas de actuar con resentimiento, ira y vulnerabilidad.
Y ahora es el turno del SAPO EXTERNO DE LA EMPRESA:

Suelen ser esos sujetos y sujetas arrogantes que, creyendo contar con excelentes sensores, aprovechan oír las primeras gotas de cualquier lluvia, para diagnosticar la peor de las tormentas, aunque el agua que escuchan sea la de la piscina que la empresa ha decidido poner para el disfrute del equipo o sea el riego de un bonito jardín que se ha colocado de fondo en la oficina para hacer todo más agradable a la vista y el oído.
Para esos sapos todo, sea lo que sea, siempre será un aviso de tragedia.
También es habitual en un cierto tipo de prensa “especializada” (cada vez más común) capaz de elucubrar cualquier teoría, o sentenciar cualquier acción, como si fuesen jueces, sin acudir a la auténtica fuente, creyéndose que el periodismo consiste en crear argumentos de novelas de terror, ciencia-ficción o comedia sin ninguna gracia, si con eso desprestigian a una persona o a una empresa.
Los sapos se apuntan al carro de inventar cualquier patraña, o difunden bulos (fakenews para ser más contemporáneos) con los mismos fines.
Eso que en Canarias se da en definir como “noveleros y noveleras” pero en un mal sentido. Lo mismo es porque tienen que rellenar los huecos de su aburrida vida con historias. ¡Cualquiera sabe!
En el mismo orden estarían quienes, desde sus puestos inamovibles de la Administración, en lugar de facilitar el buen entendimiento, boicotean cualquier facilidad para empresas o personas y, por poner un ejemplo surrealista, si no conoces una normativa en particular publicada en el BOE hace quince años (y que igualmente en su ventanilla desconocen) pueden destruirte sólo con la mirada y un impreso que te mandarán a buscar y que jamás encontrarás en su lugar porque posiblemente ni exista.
También podríamos incluir a esa clase política que, más que trabajar para sus votantes, trabaja para los mandamases de sus votantes, o para sí misma, obviando el origen etimológico de su propia definición, es decir, lo político como adjetivo que distingue a los ciudadanos en una convivencia cívica y agrupándose en estrategias y movimientos por el BIEN DE TODA LA COMUNIDAD.
O esos grandes potentados que son capaces de manipular un mercado jugando con el valor de determinadas acciones para hacer que el valor baje, puedan comprar a otros, y después lo puedan revalorizar, es decir, los que hacen de la manipulación y la especulación un método de negociación y beneficio.
Y podríamos seguir y seguir, recordando a instituciones financieras que son capaces de proyectar una crisis financiera para continuar ganando, o… o… o… (añadan ustedes lo que mejor consideren).
Cualquier parecido con la realidad puede que no sea mera coincidencia.
Esto último va a ser un leit-motiv recurrente en más de un tema.
No perdamos la esperanza, y como en los mejores cuentos, lo mismo aparece un príncipe o una princesa (o cualquier lacayo o lacaya, en caso de no ser monárquicos) que despierta sapos de su mundo de odio y destrucción, y los transforma en repartidores equitativos de la riqueza, defensores del planeta y de sus gentes, o meramente humanos y humanas que sean capaces de llevar las buenas formas a sus vidas y sus empresas, aunque sea a regañadientes.
Si algún portavoz mediático puede pasar por todos los colores políticos, aún hay esperanza, y nos encontramos con alguna bruja mala, que por equivocación o por arrepentimiento, haga que alguno de esos hechizos que originan maldiciones milenarias gire todos los prejuicios y convierta a estos animalitos en portadores de lo mejor.
Nunca es tarde si la fantasía es buena.
Lo mejor es que también hay otros animalitos maravillosos ante los que los sapos salen aterrorizados: suelen dar ánimos, concilian con todo el mundo, decir “vamos, carajo” y “esta semana será maravillosa”.
A esa especie también le dedicaremos algún post.
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