La vida del guionista es dura.
Unas veces todo el mundo valora lo que tu imaginación propone y, en otros casos, tienes que estar buscándote alternativas para poder vivir de eso de “unir letras”: es complicado.
Esta forma de definirlo la escuchamos de la esposa de un productor muy conocido que “como todos sabemos unir letras” no entendía muy bien por qué había que pagar, y menos respetar, a esos individuos e individuas (eso sí, muy de respeto por el género) que pretendían vivir de un trabajo que “cualquiera podía hacer”.
Tampoco servía de nada explicárselo.
Por más que le dijeses que había que encontrar una historia interesante que contar, una estructura narrativa, caracterizar personajes, diálogos, escenas y, especialmente, saber cómo atrapar a tu espectador… aquello le sonaba a extraterrestre.
Por eso este post es un homenaje a tantas y tantos guionistas que han visto como su vida pende de un hilo, o del gusto de la señora del productor, o del señor del productor.
Lo mismo da.
O del productor, sí: La cantidad de guionistas que han de desarrollar su trabajo y esperar a que lo evalúe alguien, creando biblias de personajes, sinopsis y, cuando no, escaletas o guiones completos que luego serán juzgados por el tribunal de quien pone el dinero o por el algoritmo de turno.
Y no sólo tienen que esperar a la evaluación, sino a que alguien se acuerde que también pagan facturas y tienen familias, necesitan sobrevivir, y que se les pague por lo que hacen.
Esencial pero parece que no es tan fácil de entender. De hecho es una de las pocas profesiones donde haces el trabajo y te pones a esperar. Si seguimos en la misma industria y, eres, por ejemplo, eléctrico, cámara, estilista o ayudante del director, cobras desde el primer día… pero de esos y esas que “unen letras” es más complicado de reconocer el tiempo, el esfuerzo y, por lo tanto, la inversión que se hace para sacar adelante todo ese proceso creativo.
Al final, hay una opción para adaptarse y aceptar cobrar un fijo para cubrir necesidades antes de la pelea en la jungla, porque desgraciadamente cuando vas al super quien está en la caja no te deja llevarte los pañales y la leche sin pagar, por más que le intentes convencer que tu bebé debe testar si están bien o no (siguiendo el mismo modelo que a ti te intentar imponer).
Este es un tema que tocaremos en otro post.
Recordamos la historia de un excelente guionista que, por los devenires de la vida, se arruinó, en un momento muy crítico de su vida, y se encontró a un antiguo maître pidiendo en la calle.
Era de esos tipos que mientras conservó su posición miraban por encima del hombro al resto, y nuestro guionista se vio reflejado.
Sí, no porque su forma de actuar fuese similar. No. Todo lo contrario. Sino porque se dio cuenta que, de seguir las cosas igual, sería él mismo quien estaría en cualquier esquina buscando una limosna o escribiendo poemas para que la gente se los comprase de recuerdo.
Y ese guionista, al que en ese momento nadie parecía reconocer (los tiempos de gloria cuando llega la ruina se volatizan y la invisibilidad es un don que se adquiere de golpe, como si fueses un nuevo superhéroe, y ante todo tipo de “amigos” y “amigas”), se puso a hablar con el maître.
El maître lo que más agradeció es que alguien le dirigiese la palabra, porque a los que están en esa posición, se les ignora, y al hacerlo lo convertía otra vez en persona en lugar de fantasma.
Cuando tuvimos la gigantesca suerte de ver una pieza en EL HORMIGUERO donde unos niños y niñas hablaban con homeless, de los que viven en el suelo del Aeropuerto porque, además de no tener casa, nadie les busca una solución, asumiendo los críos la empatía fuera de prejuicios, y ofreciendo su ayuda, lo primero que quisimos saber es quién estaba detrás del guion.
Aquí podéis ver ese FRAGMENTO DE VIDA:
JORDI MOLTÓ es ese hombre orquesta (sí, lo que la mayoría de la gente de su profesión) que, con una elegancia y talento fuera de lo común, te sabe contar una historia donde ese privilegio que es tener una casa se transforma en una reflexión sobre el compromiso social, a través de la mirada que jamás se olvidará de esos niños cuando escuchan a esas personas que son capaces de dormir debajo de una sillas y sobre un frío suelo, mientras cuentan su experiencia desde la dignidad (en contra de lo que diga mucha gente, todo el mundo tiene dignidad y hay que respetársela y protegerla).
El niño de 3 años, vestido de verde, recién llegado al aeropuerto como viniendo de REGRESO AL FUTURO, y que mira en la imagen que ilustra nuestro post, es MOLTÓ.
Sólo hay que fijarse en su mirada. Es esencial, porque si algo debe tener un guionista es MIRADA.
Saber no es sólo MIRAR; es buscar respuestas a través de esos ojos: VER.
Eso se tiene o no se tiene.
Puedes aprender técnicas, recibir todo tipo de cursillos, o tener un trabajo del que al final aprendas algunos trucos, pero hacer este tipo de historias sólo pueden darse por una MIRADA SINGULAR y MUCHO TALENTO.
Resulta que su idea nació de ponerse en esa posición de “PODRÍA SER YO”.
Esencial para poder contar la historia.
Se convirtió en viral en las Redes, como otros tantos “cuentos maravillosos” que han salido de su ingenio (recomendables absolutamente todos), y especialmente la de los niños acompañando a unos padres y madres, utilizando la mentira, en ENTREVISTAS DE TRABAJO, o los de ROSALÍA haciéndose pasar por ENTREVISTADORA o por CAMARERA.
Lleva escribiendo para radio y televisión más de 20 años, en programas con JAVIER SARDÀ, JORDI GONZÁLEZ o PABLO MOTOS (con el que lleva 15 años).
Aquí lleváis un extracto de su CV.
En EL HORMIGUERO tiene historias con más de quinientos millones de visualizaciones.
Mejor que sus creaciones es conocerlo y hablar de la vida.
Posiblemente no sepa servir copas o colgar un cuadro, pero, de eso de “qué es la vida”, y saber aportar algo para que sea mejor, con su forma de ser y sus historias, sabe un rato, y al poner pasión en ello se lo transmite a todo.
Bienvenido al lugar donde se encuentran las PERSONAS SINGULARES.
Y la mujer o el marido del productor que sigan pensando que eso de unir letras es patrimonio de todos y todas. ¡De ilusión también se vive!
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